En los últimos 50 años, los desastres meteorológicos han ocasionado más de dos millones de fallecimientos y 3.6 trillones de dólares en pérdidas

La conjunción de amenaza, exposición y vulnerabilidad definirá la existencia o no de un desastre y sus impactos: Naxhelli Ruíz Rivera.

México es un país con alta propensión a sufrir desastres naturales.

En el mundo, según la ONU, del 2000 al 2019, se registraron 201.3 millones de personas afectadas por siniestros; en 2020 fue de 98. 4 millones.

Ciudad de México, 11 de octubre de 2021.-

En México, de acuerdo con información del Centro Nacional de Prevención de Desastres, durante 2020 como parte de los daños y pérdidas, la población afectada por fenómenos climáticos fue de 858 mil 735 personas, 255 mil 954 viviendas, 606 escuelas y 32 hospitales; de 2017 a 2020 se registraron 2 mil 392 defunciones debido a sismos, afirma Naxhelli Ruíz Rivera, investigadora del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM y coordinadora del Seminario Universitario de Riesgos Socioambientales.

Cabe señalar que según el reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial, dado a conocer el 2 de septiembre pasado, cada día de los últimos 50 años, los desastres meteorológicos han ocasionado la muerte de 115 personas y pérdidas por 202 millones de dólares; es decir, dos millones 64 mil 929 fallecimientos y 3.6 trillones de dólares en las cinco décadas.

Durante el mismo periodo, el número de catástrofes se quintuplicó, por el aumento de los fenómenos meteorológicos más intensos o extremos. Este es sólo un ejemplo de las amenazas a las que está expuesto nuestro país.

En ocasión del Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, establecido por la ONU el 13 de octubre, la ganadora del Reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos (2019) detalla que en los años recientes, a nivel global, los siniestros han ido en aumento por la mayor exposición a amenazas y por los procesos de urbanización e incremento de la vulnerabilidad; México no es la excepción.

La científica social comenta que los sucesos no son naturales; comienzan tiempo antes del momento crítico más visible (por ejemplo, la emergencia por una inundación o un sismo); su origen puede ubicarse incluso decenas o cientos de años antes, apunta.

Considera que se deben diferenciar las amenazas o fenómenos que se manifiestan con gran intensidad en un determinado lugar (sismos, tsunamis, etcétera), de los moduladores del riesgo (condiciones sociales, económicas e institucionales) que definen el impacto de esas amenazas; y eso, a su vez, de los desastres, que son los contextos críticos donde se registra una pérdida de vidas, viviendas, medios de vida, infraestructura, entre otros.

Por ejemplo, si ocurre una amenaza de gran magnitud, como un sismo y hay calidad en las viviendas, se cumplen códigos de construcción y la población está preparada, el riesgo se reduce significativamente. Por ejemplo, la cuenca de México se asienta en una zona que fue lacustre, se inunda y también tiene un efecto de “caja de resonancia” de las ondas sísmicas. “Si hablamos de los factores que nos han llevado en la Ciudad de México a tener una especial exposición a amenazas, prácticamente hay que remontarnos al siglo XIV con su fundación. Así, consideramos a los desastres como procesos de larga duración”, comentó.

También hay casos donde las afectaciones duran décadas, pueden pasar varios años sin que las personas se recuperen: no se repone su integridad física, psicológica, bienes ni medios de vida. Esos problemas, desde una visión de derechos humanos, también son parte del desastre, aclara la científica.

A la intensidad de la amenaza se suman los factores de exposición (qué tan cerca está la fuente del fenómeno de gran magnitud) y la vulnerabilidad, como vivir en una región con alta pobreza o la desigualdad en el acceso a ciertos bienes. Eso hace que incluso una amenaza de relativa intensidad ocasione efectos graves, como ocurre, por ejemplo, en Haití.

Impactos

La conjunción de amenaza, exposición y vulnerabilidad, refiere Ruiz Rivera, definirá la existencia o no de un desastre y el nivel de sus impactos. Por supuesto, “el más grave de todos es la pérdida de vidas”.

En el mundo, tan sólo en 2020 se registraron 15 mil 80 muertes: 196 por sismo, seis mil 388 por temperaturas extremas, seis mil 171 por inundaciones, 512 por deslizamientos de tierra, mil 742 por tormentas, una por actividad volcánica y 70 por incendios forestales, según el Informe anual 2020 de desastres no asociados a COVID, de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastre y el Centro de Investigación en Epidemiología de los Desastres de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.

En tanto, señala la universitaria, el número de personas afectadas fue de 201.3 millones de 2000 a 2019; y 98.4 millones en 2020: 18.2 por sequía; 0.4 por sismos; 0.1 por temperaturas extremas; 33.2 por inundaciones; 0.2 por deslizamientos de tierra; 0.1 por incendios forestales; 0.8 por actividad volcánica, y 45.5 por tormentas.

Ese incremento se explica por la forma en que los seres humanos nos hemos asentado en el planeta, a que el mundo se está urbanizando, “Cuando hay tantos millones de personas juntas, viviendo una misma exposición y las mismas amenazas, es casi inevitable que ocurra algún impacto grave cada cierto tiempo”. Asimismo, a la presencia del “gran amplificador de amenazas”, sobre todo hidrometeorológicas y climáticas, que es el calentamiento global.

“La integridad física de las personas; su salud física, mental y emocional; el trauma; la pérdida de la vida comunitaria, nunca se contabilizan, no se encuentran en ningún informe, pero sin duda son importantes”, dice la doctora en Estudios del Desarrollo por University of East Anglia, en Norwich, Inglaterra.

La oficina de las Naciones Unidas para la Reducción de Riesgo de Desastre ha hecho énfasis en el riesgo sistémico; es decir, la existencia de varias amenazas y vulnerabilidades interactuando entre sí, por ejemplo, amenazas conjuntas de un sismo, una inundación y una pandemia que se registran al mismo tiempo. O dos huracanes que en un lapso corto impactan en una misma área, hecho que puede desencadenar desplazamiento forzado.

México es un país con alta exposición a amenazas, porque se ubica en una zona de trópicos donde se registran fenómenos hidrometeorológicos de diferentes tipos e intensidades. “Eso no necesariamente representa un problema, sino tener entidades con indicadores de desarrollo social precarios, como ocurre en el sur de México, en Chiapas, Oaxaca y Guerrero; eso se va a reflejar en los impactos materiales, sociales y culturales de los desastres”, acota.

Conjugación de factores

En nuestro territorio se da una combinación de problemas en términos de ingresos y asentamientos que señalan grandes desigualdades urbanas, como lo ocurrido en el cerro del Chiquihuite, en Tlalnepantla, o las inundaciones dinámicas (como un caudal) en Ecatepec, porque la lluvia no se puede infiltrar debido a que los asentamientos sellan el suelo. “Detrás de esos desastres hay una forma problemática de ocupación de la ciudad, que muestra problemas políticos y de regulación jurídica y que data de muchos años”, reitera.

Prácticamente es imposible atribuirles que obedecen a una sola causa; ocurren por una combinación de factores que normalmente se relacionan con problemas de desarrollo social y con decisiones referentes al territorio que muestran falta de progreso o adopción de alertas tempranas, fallas en las políticas públicas o de la coordinación institucional para que no ocurran; y si suceden, se debe procurar la recuperación rápida e integral, con mecanismos financieros y procesos de participación claros.

Las estrategias nacionales, recomienda Ruíz Rivera, deben enfocarse en la prevención y la reducción del riesgo porque hasta ahora la mayor parte se centra en preparar la respuesta y responder. “Casi todos los esfuerzos son para establecer qué se va a hacer si hay una alerta. La gente se prepara para la respuesta ante un evento”.

Pero esa es sólo una fase de un gran proceso; debemos trabajar más en las causas de fondo, hacer planeación urbana o metropolitana y reducir la desigualdad. Se requiere una gestión integral de riesgos, multisectorial y multiactoral, donde cada sector tiene algo que aportar. Los ciudadanos, por ejemplo, deben acercarse a las unidades municipales de protección civil e informarse, participar en simulacros, y exigir atlas de riesgos públicos, transparentes y comprensibles.

Este año el tema de la conmemoración es “Cooperación internacional para que los países en desarrollo reduzcan su riesgo de desastres y sus pérdidas por desastres”. En ese sentido, el mensaje final es que todos tenemos un papel que jugar para la reducción de riesgos. Lo importante es cooperar para una adecuada toma de decisiones; poner a disposición la información pública y a partir de ella y de la evidencia, lograr las discusiones necesarias para alcanzar la meta de reducir los daños y las pérdidas por desastre, concluye Naxhelli Ruíz Rivera.

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